Olvide los gestos cotidianos,
dolores escasos de sufrimiento.
Horas de luz entre túneles cercanos,
el rostro de tu voz y mi silencio.
No solía jugar con las manijas,
eran inevitables los recuerdos.
Te buscaba en todas las rendijas,
gritaba por las avenidas que te quiero.
Pero al fin llegaba el verano,
sus eternas olas de calor y esparcimiento.
Tú marchabas rumbo a paraísos lejanos,
distantes en común de todo conocimiento.
Recuerdo la noche que me empujaste,
en la que prometimos conocer nuestras mentiras.
Pero no los besos que dijiste darme,
ni el pesar de aquellas cuevas que albergaban tus pupilas.
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