Sábado suicidaba sus horas que albergaban nidos
y se deshacían los tremebundos horizontes.
Rezaba un ateo enturbiado a un dios que nunca responde,
traía el viento olor a sangre y un leve aroma de olvido.
Y llegaba domingo.La lluvia no mojaba las aceras,
mientras,tú,desayunabas con esperanzas de sol y nieve,
mirando por la ventana que aún permanecía abierta,
como se deshojaban las margaritas de la primavera que viene.
Solíamos ser ociosos en lo a que dormir se refiere,
lo demostrábamos con creces con nuestros despertares diurnos,
que no atendían a estrategias ni a nuestro café taciturno,
todo era parte de una nada,que nos hacía sentir como reyes.
Pero al fin,llegaba el fin,llegaba lunes,
y la rutina y los horarios marcados nos devolvían verdades,
una era que no eran navidades,la otra,más cruel si cabe,
nos esperaba en la cola del paro que se extendía por las eternas calles.
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